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Las historias perdidas de un puerto olvidado (Primera parte)


Doña Mari


Llevaba días tratando de comunicarme con Doña Mari, una mujer que vende comida en un puerto perdido y olvidado en el pacífico guatemalteco. La conocí hace un año cuando visitaba las costas fronterizas que sirven de catapulta para que los migrantes centroamericanos y de otros continentes logren llegar a territorio mexicano sin ser detectados por las autoridades. Aunque más peligroso, en ese momento bordear la costa en una lancha improvisada resultaba más efectivo que viajar por tierra. Llegué a este lugar siguiendo la pista de los migrantes que pasan por el mar, pero me alejé demasiado de la zona marítima fronteriza; andaba ya, un poco perdida; sin embargo, aquí me topé con algo más interesante: este puerto era un lugar violento, con una raquítica, casi anémica, economía agrícola y pesquera; una cínica explotación de recursos naturales; un fracasado proyecto de desarrollo, familias con parientes en Estados Unidos, personas migrando masivamente a Estados Unidos y un gringo loco con una escuela de surf en una de las playas más espantosas de estas costas. “Este es un lugar interesante para estudiar la migración internacional como resultado de la violencia estructural que han producido las políticas neoliberales” pensé. Me encontraba en un moderno caldero que produce ese tipo de refugiados que nadie quiere reconocer.


En uno de estos puertos violentos, llenos de coyotes, narcotraficantes de mediana escala, pandilleros, comerciantes y pescadores conocí a Doña Mari.


Tenía tres meses que había caído enferma y no había podido irse a los Estados Unidos con sus parientes quienes ya la “habían mandado traer”; recuerdo muy bien sus palabras “Desde que usted se fue, las cosas se han puesto peor, ya no aguanta la gente estar aquí, les piden renta hasta a los del mercado, fíjese que ya lo cierran a las dos de la tarde! No hay pescado, no hay trabajo y ya ni se puede quedar uno en la noche sentado afuera en la calle para quitarse el calor...”.


Ya que me encontraba en El Salvador realizando mi trabajo de campo, decidí ir a ver a Doña Mari. Efectivamente, la situación del puerto era como ella lo describía. La diferencia es que hay lugares en los que todavía hay algo que hacer –aunque sea para mal vivir. En este puerto no, este es uno de los lugares en los que la posibilidad de la subsistencia, simplemente, se está acabando. La industria cañera ha contaminado los ríos y los esteros que rodean el pueblo y el pescado ha dejado de abundar. En el mar, sólo quienes tienen lancha y los grandes buques pesqueros alcanzan a sacar todavía un tanto de pescado; pero la pesca a la orilla, con atarraya y trasmallo, ya casi no deja nada, ni para comer, menos para vender. Los pescadores del puerto caminan durante una o dos horas, un poco menos si tienen caballo, buscando peces, jaibas y camarones en tramos del inmenso mar y esteros menos concurridos.


Algunos pescadores, tiempo atrás, comenzaron a robar camarón de las grandes camaroneras que se encuentran en los alrededores del pueblo y que acaparan tramos de los ríos. Durante algún tiempo lograron robar y vender el camarón hasta que los cacharon. La seguridad privada mato a unos y a otros los metió presos, cuenta uno de los que salieron de la cárcel.


Muchos de los chicos que hay aquí ya pertenecen a la pandilla más fuerte, la 18. Uno de ellos me platica, nervioso, cuantos han caído en la cárcel y en la tumba. Ninguno pasaba de los veintitrés, sólo los que están muertos. “No hay salida aunque uno quiera, mejor irse de aquí.” Eso me dijo antes de despedirse.


En este puerto hubo un suntuoso proyecto para construir una dársena artificial. El proyecto fue un gran fracaso, además de un escándalo internacional en el que hasta funcionarios de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) se vieron implicados; fue un fraude millonario. Lo que resultó fue que “el mar se retiró” como me explicaba uno de los pescadores:


Aquí lo que pasó fue que cuando construyeron la dársena no vieron que la corriente siempre trae montones de arena. Parte de la dársena era como un muro y ahí se empezó a juntar y a juntar todo ese arenal. Y se juntó y se juntó y por eso ahora el muelle está seco, ya es parte de la playa.


Doña Mari estaba en su cama. Me platicaba que alrededor de las tres de la tarde el mercado cierra. “Ya fueron a dejarles un teléfono a los que tienen puesto ahí, piensan que tienen dinero, ya han asaltado el mercado tres veces y de día… no usted, ¿se recuerda cuando usted estaba aquí que a las diez- once de la noche todavía había gente en la calle? Ahora ya no, ahora ya no, ya a las ocho, usted se fijó, ya no hay nadie en la calle. Yo por eso le he dicho a mi hermana que sí me voy, ¿pero y mi casa? ¿Qué piensa usted?


Yo no tardé en responderle: En cuanto se recupere, váyase doña Mari.


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